Desde que aterricé con 17 años
en la residencia universitaria El Carmelo de Pamplona siempre he estado rodeada
de estudiantes de medicina. La mayoría de ellos finalizará su etapa de 'estudiantes de medicina' tras realizar el examen MIR. Un
día marcado en rojo en el calendario de cualquier futuro
facultativo, en el que independientemente del resultado obtenido, la
mayoría de los opositores que han estudiado con esmero, obtendrán
una plaza de médico interno residente en un hospital. Cumpliendo de
este modo el sueño de convertirse en doctor o doctora. Si algo he
aprendido durante estos meses de intenso estudio es que jamás, repito jamás, preguntes
a un estudiante MIR que especialidad le gustaría elegir. Pero otras
muchas cosas he aprendido y he vivido durante estos años en los que he tenido la oportunidad de convivir con amigas que estudiaban medicina.
Las marcas de material escolar
como 'Pilot', 'Stabilo' o pinturas 'alpino' sobreviven gracias a los
estudiantes de medicina. Gastan todo el material del que disponen,
antes incluso de tener tiempo de extraviarlo. El uso de Post-It
también está a la orden del día. Los paquetes de folios vuelan, y
los más maniáticos siempre tienen que escribir en papeles con un
determinado grosor. Las impresoras realizan trabajos forzados cuando
el alumno se ausenta de clase y tiene que imprimir todas las
diapositivas expuestas durante la explicación que el profesor ha
ofrecido en el aula. Además fotocopian apuntes y modelos de exámenes
por encima de sus posibilidades.
Las farmacias se forran con la
venta de tapones de espuma, vitaminas como Pharmaton complex,
valerianas y otros muchos complementos alimenticios.
Viví de cerca los primeros
exámenes de bioestadística, anatomía I, digestivo y más adelante
los de derman, cardio o preventiva. También las 'esquizofrenias', a
veces paranoides, de los días previos a esas citas.
Las anécdotas que contaban mis amigas experimentadas en primeras clases de disección. Generalmente durante la hora de la comida. Yo
miraba con los ojos bien abiertos y no dejaba de preguntar y
repreguntar. Hasta que alguna otra amiga presente en la mesa y ajena
a este mundillo como yo decía “podéis parar ya que estamos comiendo”.
Viví las primeras prácticas en el 'hospi' o en la 'CUN'. Las
posteriores frustraciones “hoy no me he enterado de nada”.
También los momentos de desasosiego tras un intenso día pegado a un médico adjunto cansado de atender las preguntas de los estudiantes. Los primeros
mareos y bajadas de tensión al entrar en quirófano y las primeras
alegrías “hoy me han dejado cerrar”, “ me han dejado hacer no
sé que...”.
En mi piso de estudiante el muslo de gallina
servía para aprender a coser. Practicar antes de cerrar por primera vez en quirófano. Quizás por mi afición al punto de
cruz o por curiosidad no pude resistir la tentación de probar.
Me acostumbré a aceptar con una
sonrisa cómplice y comprensiva la cancelación de cualquier plan programado con
antelación por la temida y repetida frase “tengo que estudiar”.
Pero los estudiantes de medicina saben disfrutar del tiempo libre
como los que más y las noches de fiesta más legendarias las he
vivido junto a ellos.
Pero sobre todo lo que más he
admirado de todos ellos ha sido la constancia, tenacidad, capacidad de sacrificio y la dedicación absoluta que
han demostrado tener durante todos estos años a su vocación y pasión, la medicina.
Una carrera de fondo en la que han sabido renunciar a cientos de
miles de tentaciones y luchar por un sueño, el de un día
convertirse en doctores. Y después de ascender heroicamente ese gran
puerto de montaña encima de la bicicleta, sólo están a 235
preguntas, con sus correspondientes cinco respuestas posibles, de
cruzar la línea de meta. Luego vendrán nuevas etapas y nuevos
retos.
Mucha suerte y confianza.